Antes muerta, debió de pensar para sí al tomar tan irreparable decisión. Leí, días atrás, en la primera página de mi diario a diario, aquel titular de incuestionable impacto emocional: “Una mujer de 65 años se suicida en Madrid cuando iba a ser desahuciada”. Y, de inmediato, afloró a mi mente la imagen de los últimos habitantes de la mítica ciudad celtíbera de Numancia, entregándose voluntariamente a la muerte, tras resistir hasta el final al despiadado asedio al que la sometieron las legiones de la todopoderosa Roma. Esa mujer se llamaba Alicia, estaba divorciada y tenía un hijo. Ya llevaba seis años residiendo sola en ese estudio, sito en el quinto piso de un bloque de apartamentos de la calle Ramiro II en el barrio de Chamberí. El cronista de sucesos pormenorizaba el desarrollo de tan trágico acontecimiento. Decía que la víctima se encontraba en su casa sobre las once de la mañana. En el mismo momento en que los funcionarios del juzgado, que iban acompañados por agentes de la Policía Municipal, llamaron al timbre para ejecutar la sentencia judicial, consecuencia directa de la denuncia efectuada por el propietario del inmueble, dado que llevaba varios meses sin pagar la renta mensual del alquiler. Pero, Alicia, sabiendo a lo que venían, no les abrió la puerta. Y optó por precipitarse desde una ventana al vacío, estrellando su cuerpo contra el techo de una furgoneta aparcada en la calle, y acabando en la acera, frente a una peluquería. Quién la encontró tendida sobre el suelo, creyó, en un primer momento, que se había desmayado. Nada pudieron hacer por ella los técnicos de emergencias del Samur, que fueron alertados.
Poco después se supo que, en el pasado mes de mayo, Alicia había acudido a las oficinas de los servicios sociales de su barrio para solicitar información, si bien fuentes del Ayuntamiento no supieron precisar de qué tipo. Al parecer se le comunicó que, previo a cualquier trámite, debía estar empadronada en el distrito. Lo cierto es que ella ya nunca regresó. Y la carcoma de la soledad fue socavando su cabeza. Cuento este caso el mismo día en que nuestra vigente Constitución de 1978 cumple 40 años. Y recuerdo su art. 1º que reza: “España se constituye como un Estado social y democrático de derecho,...” ¿Protegiéndonos a todos por igual?
José María Martínez Laseca
(6 de diciembre de 2018)
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