A la hora de
darnos un significado a esta palabra, el Diccionario de la Lengua Española de
la RAE resulta muy lacónico, ya que nos dice simplemente: “casa (edificio para habitar)”.
Al amplificar algo más su acepción, la busco en un diccionario de uso que me
aclara: “Dícese de los bienes no trasportables, como tierras, edificios,
construcciones o minas, así como de los adornos, artefactos o derechos
considerados no muebles”. Aunque, también, acaba aquí sintetizándolo en “casa,
y especialmente edificio de varios pisos”. Con esto último me quedo para mi
reflexión sobre la problemática que aquí nos ocupa. Y aún me acojo a su
etimología latina “immobilis”, o sea inmóviles, lo que se traduciría al
lenguaje coloquial como “so” o “quieto parao”. Así, sin inmutarse lo más mínimo,
llevan traspasada la raya del tiempo donde ya se nos acaba la paciencia varios
edificios de más de un piso y considerable volumen, dentro del casco urbano de
nuestra ciudad. Son bienes que pertenecen al propio municipio u otra entidad
local, autonómica o estatal y que están destinados al aprovechamiento de sus
vecinos o ciudadanos. A veces incluso tienen un cierto abolengo, por ser
heredados de nuestros abuelos o antepasados.
Y
podemos contemplarlos, de norte a sur y de este a oeste, cuando paseamos,
desperdigados por esta capital,
envueltos en esa telaraña de desidia que suele ser el anticipo de toda ruina,
si no de su continente, sí de su contenido, uso o utilidad. Que hay una larga
relación de esos inmuebles públicos cuestionados, que emergen como cadáveres de
ahogados a la superficie. Podemos empezar por la cárcel, eufemísticamente
centro penitenciario, pues penitentes somos todos, en el compás de espera
desesperado de su terminación y apertura de una vez. Como en lista de espera se
encuentra también el rimbombante Centro de Referencia Estatal de Atención
Sociosanitaria para personas dependientes, que lleva cuatro años cerrado. O el
que fuera Banco de España, ahora aspirante a subdelegación del Gobierno. El
otrora restaurante Alameda en el parque central de la Dehesa. Incluso el
Mercado Provisional de la plaza Concepciones, pendiente de traslado quién sabe
a dónde. Sin olvidarme tampoco del Colegio Universitario, ni del Cuartel de
Santa Clara. No son bienes mostrencos, si bien quedan en manos de irresponsables
tales, por ignorantes o tardos en discurrir.
José María
Martínez Laseca
(5 de abril
de 2018)
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