Días vividos de carnaval y nieve, con “los cuadrados papiráceos”
[los periódicos] tratando de ponerle la
boina a la noticia, para adentrarnos ahora en la cuaresma reflexiva. Al no callar la cansina y altisonante murga
política en nuestro país, rescato
estas palabras hoy tan de actualidad: “Un
referéndum ha venido a ser esa votación del Estatuto de Autonomía de
Cataluña (…). Pero eso realmente es absurdo. Una cosa
compleja no se puede votar. Un pueblo nunca se entera suficientemente de eso.
Se dice `voluntad popular´. El pueblo
-hay que decirlo- no tiene
voluntad en cosas de estas, tan complejas. Es de unos cuantos que intentan
dirigirle”. Son de Miguel de Unamuno (1864-1936). El famoso rector vasco de la Universidad de
Salamanca, al que siempre fue leal el humilde profesor de un Instituto rural
como nuestro poeta Antonio Machado, pasó por Soria en dos ocasiones. A finales
de agosto de 1931 y a mediados de julio de 1933, de lo que dejó constancia en dos
bellos artículos publicados en los diarios madrileños “El Sol” (4-11-1931) y “Ahora”
(18-7-1933).
Acontecimientos
recientes han traído su intelectual figura a mis mientes. El primero, mi viaje
a la isla canaria de Fuerteventura. A donde él fue desterrado por la dictadura
de Primo de Rivera. Allí llegó el 12 de marzo de 1924 y de allí salió libre el
9 de julio. Toda una aventura quijotesca que refleja la película “La isla del
viento” (2015) de Manuel Menchón. Escribió versos muy hermosos de la isla,
practicó el nudismo, montó en camello y recuperó la felicidad de su infancia. Sus
buenos amigos majoreros, agradecidos, le levantaron un monumento en Montaña
Quemada, donde deseó ser enterrado, y recuperarían después su residencia en
Puerto del Rosario para Casa Museo. La que
yo pude visitar. El segundo, la representación teatral de “Unamuno: venceréis
pero no convenceréis” protagonizada por José Luis Gómez. Cuando en el Día de la
raza (12-10-1936), Unamuno se enfrentó a Millán Astray y a su desprecio a la
inteligencia diciéndole que para convencer se requería persuadir y eso
precisaba de algo que a su fuerza bruta le faltaba: razón.
Unamuno siempre estuvo
contra esto y aquello, contra “los hunos
y los hotros”, y apostó por una cultura con mayúscula, frente a
la culturilla superficial e inconstante como la que por acá nos permitimos.
José María Martínez Laseca
(15 de febrero de 2018)
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