Escribo conmovido por cuanto de negativo acontece en Cataluña, que está eclipsando el sol de nuestras vidas cotidianas e infectando de hartazgo e intranquilidad al conjunto de España. Lo hago tras el referéndum ilegal del 1-O, falto de garantías (sin junta electoral, ni censo oficial; sin que tan siquiera su recuento lo rubricaran sus propios observadores internacionales), por lo que tal resultado carece de validez democrática a todas luces. No obstante, dicho referéndum está siendo glorificado por sus promotores como una gesta heroica (frente al que tildan de “Estado represor”), llegando a suponer el clavo ardiendo al que se agarran los empecinados independentistas como aval de su hoja de ruta a piñón fijo. Lo hago después de la exitosa manifestación del pasado domingo en Barcelona que sacó a las calles el clamor de esas gentes temerosas, que reaccionaron con valentía para mostrar su oposición al desafío nacionalista.
Lo hago, al tiempo del éxodo por goteo de bancos y destacadas empresas de referencia, que trasladan su domicilio social en busca de mayor seguridad jurídica a otras Comunidades Autónomas, dado que la incertidumbre y la economía no se llevan bien; como lo corroboran miles de impositores retirando sus ahorros por miedo a un corralito. Y escribo, tras la comparecencia del Presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ante el Parlamento de Cataluña. Donde, tras una hora de tardanza, para la sorpresa de los más, que esperaban una solemne declaración unilateral de independencia (DUI), realizó una pirueta circense al decir “Asumo el mandato del pueblo de Cataluña para que sea un Estado independiente en forma de República”, al mismo tiempo que hacía lo contrario suspendiendo sus efectos para abrir un proceso de diálogo.
Justificó Puigdemont su retraso en contactos internacionales, cuando, en realidad, se debió a desavenencias con sus compañeros de viaje de la CUP que se sintieron engañados. Las que tuvieron que atemperarse mediante la firma posterior de un documento de aplicación. Freno y tiempo muerto. Pero sin retorno al orden constitucional. Emplazando al Gobierno Español a aceptar una mediación. Ahora el Gobierno le hace un requerimiento formal para que se explique y tener así certezas de lo acontecido. A ver si echamos luz de una vez y no se engorda más esta arrolladora bola de nieve.
José María Martínez Laseca
(12 de octubre de 2017)
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