Días atrás viajé, con la “Asociación Cultural Vega
del Merdancho” de Almajano, al corazón mismo de La Rioja vinícola. Para visitar
en San Millán de la Cogolla –Millán por el nombre del Santo y Cogolla por sus
Montes Cogollos o Distercios (Sierra de la Demanda)– los monasterios de Suso y
Yuso, que este año celebran el vigésimo aniversario de su declaración como
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El de Suso (o de arriba) es el más antiguo. Un cenobio visigótico que acoge en una de sus cuevas el
cenotafio de San Millán, muerto en el 574, y del que destaca su traza mozárabe.
Aquí escribió Gonzalo, el de Berceo, nuestro poeta primero, la vida del santo
de su pueblo y Los Milagros de Nuestra Señora. Ya en “ una prosa en román
paladino, en cual suele el pueblo fablar con so vezino”. Fue quemado por
Almanzor (s. XI) y reconstruido después por monjes benedictinos. Ahora
pertenece al Estado.
El de Yuso (o de abajo) –de los frailes Agustinos Recoletos desde la desamortización de Mendizabal en 1836– es de los siglos XVI y XVII, aunque hubo uno anterior del siglo XI. Aquí se trasladaron los restos de San Millán en 1053. Lo recorremos por todas sus estancias: su claustro, su capilla sacristía y demás salas. Pero es, precisamente, a su entrada donde se encuentra un códice especial en edición facsímil (el original lo custodia, desde el s. XIX, la Academia de la Historia). Fue escrito en latín culto. Lo que hizo, en torno al año 1000, un monje del Monasterio de Suso, para facilitar su comprensión, es traducirlo a la lengua del pueblo o romance. Por ello, anotó aclaraciones entre líneas o al margen. Son las llamadas Glosas Emilianenses (de Emiliano). La más extensa, de 43 palabras juntas, está en el folio 72. Y dice: “Cono adiutorio de nuestro dueño dueno christo dueno salbatore qual dueno get ena honore e qual duenno tienet ela mandatione cono patre cono spiritu sancto enos sieculos de los sieculos facanos deus omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus amen”. Pero este monje no solo hablaba el latín culto y el romance, sino también la lengua vasca como dejó escrito en otro folio.
En
eso radica, pues, la importancia de este enclave. En ser la cuna de la lengua
castellana con la que ahora mismo nos comunicamos 567 millones de personas en
el mundo. Haciéndonos así más leve la torre de Babel. El de Yuso (o de abajo) –de los frailes Agustinos Recoletos desde la desamortización de Mendizabal en 1836– es de los siglos XVI y XVII, aunque hubo uno anterior del siglo XI. Aquí se trasladaron los restos de San Millán en 1053. Lo recorremos por todas sus estancias: su claustro, su capilla sacristía y demás salas. Pero es, precisamente, a su entrada donde se encuentra un códice especial en edición facsímil (el original lo custodia, desde el s. XIX, la Academia de la Historia). Fue escrito en latín culto. Lo que hizo, en torno al año 1000, un monje del Monasterio de Suso, para facilitar su comprensión, es traducirlo a la lengua del pueblo o romance. Por ello, anotó aclaraciones entre líneas o al margen. Son las llamadas Glosas Emilianenses (de Emiliano). La más extensa, de 43 palabras juntas, está en el folio 72. Y dice: “Cono adiutorio de nuestro dueño dueno christo dueno salbatore qual dueno get ena honore e qual duenno tienet ela mandatione cono patre cono spiritu sancto enos sieculos de los sieculos facanos deus omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus amen”. Pero este monje no solo hablaba el latín culto y el romance, sino también la lengua vasca como dejó escrito en otro folio.
José María Martínez Laseca
(19 de octubre de 2017)