En cierto modo, hacemos reales las cosas al pensarlas y nombrarlas con
palabras. Me intereso aquí por el adjetivo: dialógico/ca. El diccionario de la RAE lo define como
“perteneciente o relativo al diálogo” y, “que contempla o que propicia la
posibilidad de discusión”. Resultará así que el aprendizaje dialógico es el resultado del diálogo
igualitario; o dicho de otra manera, es la consecuencia de un diálogo en el que
diferentes personas dan argumentos basados en pretensiones de validez y no de
poder.
Que “hablando se
entiende la gente” asevera el refrán popular, llegándose incluso al consenso
sobre asuntos de los que se partía del desacuerdo. Ello se contrapone, con el
otro refrán de “esto son lentejas, si quieres las tomas o si no las
dejas”, ya que en él se incide en la obligatoriedad de que se acepte por la
otra parte algo tal cual se presenta unilateralmente, sin poder matizarlo lo
más mínimo. Lo que, obviamente, supone una clara imposición. Desde el mando y
ordeno.
Estos días, ha merecido gratamente mi interés
el artículo de opinión que, con el título de “El vigor de la razón”, iba
firmado por Adela Cortina. Estaba dedicado a la memoria y homenaje del filósofo
alemán Karl-Otto Apel, recientemente fallecido, y al que consideraba su
maestro. Señalaba allí que Karl-Otto recordaba que los seres humanos se hacen
desde el diálogo, no desde el monólogo
impositivo. Que no vale con sentir, hay que argumentar.
Y alababa, Adela
Cortina, la capacidad de Apel para pasarse horas enteras discutiendo
apasionadamente de filosofía, porque creía en su importancia para la vida de
las personas y de los pueblos. Una pasión que compartía con su colega y gran
amigo Jürgen Habermas, puesto que experimentaba la necesidad de evitar recaer
en situaciones como la del nacionalsocialismo, que surgió, entre otras cosas,
del rechazo al pensamiento, a la argumentación y la crítica.
Por aquel
entonces se decía que Hitler había sabido conectar con el “sano sentir” del
pueblo, y por eso se desaconsejaba argumentar y dar razón. Bastaba con obedecer
al Führer, al caudillo, que encarnaba la voz del pueblo. En consecuencia,
pensaba Karl-Otto Apel que tenía que tomar la iniciativa para impedir ese
expectante dejar ser a cualquier caudillo que conecte con esa dimensión
irracional del pueblo.
José María Martínez Laseca
No hay comentarios :
Publicar un comentario