Guardo en mi biblioteca, como un
tesoro, el ejemplar que me regaló Concha de Marco, entonces viuda. Al frente,
foto de Alfonso con la puerta de acceso al campamento de Monte Arruit, tras la
tragedia. “Este libro se imprimió en la
imprenta Venecia, S. A. Independencia 40-2 México 1, D. F., en Mayo de 1966. Su
tiro fue de 2000 ejemplares”, se dice al cierre. Hablo de la obra de Juan
Antonio Gaya Nuño “Historia del cautivo”. Fechada en “Madrid, 14 de julio de 1962. A los cuarenta y un
años de comenzar el asedio de Igueriben, momento en que se inauguró la historia
más efectiva de la España
contemporánea”. Y viajó, en 1963, con el matrimonio a la Universidad de Río
Piedras (Puerto Rico), a donde fueron invitados como profesores. Allí Concha la
pasó a máquina. Acogida en su título a una de las insertadas por Cervantes en
el Quijote, pretendía inaugurar una nueva serie de Episodios Nacionales, en
homenaje a la obra fabulosa y múltiple en que
Benito Pérez Galdós hizo novela sin dejar de hacer historia. Gaya estaba
dispuesto a publicarla en América, costara lo que costara, aunque luego no
pudieran volver. Tan determinado estaba a dar a la luz pública la vergüenza de
la historia del siglo XX desde el desastre de Annual. El desengaño vino cuando
tras enviarla a la editorial Losada, le fue devuelta. Tal decepción frenaría su
inicial propósito. El reencuentro con su amigo Miguel Ranz Iglesias, otrora
molinero de Barahona (Soria) y Comandante del ejército republicano que, tras
exiliarse en Méjico en 1939, había hecho fortuna, posibilitó la edición del libro, que no
tardaría en agotarse tanto en Méjico como en París. Satírico y pacifista; en
España, por antimonárquico, alcanzó el más absoluto silencio, “como si llevara en
la portada el conocido emblema de la calavera y las dos tibias cruzadas: Peligro
de muerte”. Su espinazo temático son las andanzas del soriano Clemente Garrido
Mallén, entre héroe y villano, que ensarta algunos de los hechos más dramáticos
de la España contemporánea.
Precisamente los que determinaron el final de la monarquía constitucional y
fueron germen de ulteriores y no menos dramáticos acontecimientos como el de la
guerra civil del 36. Los sucesos de 1921 se hacen tan reales y verdaderos que
parece que Gaya fue testigo de los mismos. Ello se debe al gran trabajo de
documentación. Por desgracia, esta primera novela sería, también, la última.
José María Martínez Laseca
(8 de diciembre de 2016)
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