He de reconocer que, en mis
habituales paseos por las márgenes del Duero, nunca se me ha cruzado un gato
negro, eso que haberlos, haylos. Y gatos, más de uno. Ariscos y huidizos, con
manchas blancas y negras alguno. De tono pardusco claro otro, al que recuerdo
por su docilidad panza arriba sobre el asfalto, juguetón, mientras yo lo
acariciaba. Perros, sí, muchos, con diferentes caras, tirando de sus amos perezosos,
y que, a veces, por ir sueltos, me infundían cierto miedo. También habrán
podido observar mis lectores la abundancia de ardillas. Escurridizas, livianas
y saltarinas desafiando la ley de la gravedad, e incluso irguiéndose verticales
sobre sus patas traseras y utilizando las delanteras como manos para mordisquear
algún fruto.
La
fauna de nuestro río es variopinta. Uno sabe de la existencia por su cauce
fluvial de un surtido de peces (barbos, truchas, bogas, escachos y bermejuelas),
que junto con el cangrejo señal son presa codiciada de pacientes pescadores que
andan por sus orillas con cañas y reteles. También los hay anfibios (como el
sapo común, el sapillo moteado, el sapo partero, el sapo corredor y la rana
común) que están aquí en su hábitat. Sin que tampoco falten los reptiles
(culebras de agua, lagartos y lagartijas y hasta la víbora hocicuda), Más de
una vez han topado mis pies, con alguna cría de víbora que al calor del verano
ha salido al camino rebozada de tierra. Y no quiero olvidarme de las aves del
soto (urracas, picabarrenos, rabilargos, arrendajos o pico reales) que cuando
se aposentan en las ramas de los álamos los tornan cantores.
Sin duda alguna, frente a lo antedicho, lo
que más ha recabado mi atención al pasear junto al río ha sido la presencia de
tres hermosos patos, inmaculadamente blancos que, antes que salvajes, acaso
pertenecientes a la finca de San Polo. Navegan a su albedrío por todo el río. Trepan
aguas arriba hacia El Pereginal, descienden hasta San Saturio y se aposentan
relajados junto al Soto Playa. Patos son, pues nadan como patos, graznan como
patos y andan como patos a paso lento. Desconozco si eran familia: padres e
hijo, buenos amigos o vecinos de granja. En verdad, componían una muy bella
estampa que a mí, personalmente, me agradaba. Por eso los tengo fotografiados
varias veces. Pero, últimamente, tan solo he visto a dos de ellos. Y de aquí mi
pregunta: ¿qué fue del tercer pato?
José María Martínez Laseca
(15 de diciembre de 2016)
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