No me refiero aquí a “El poder
del perro”, la novela negra de Don Winslow (un thriller épico, coral y
sangriento que explora los recovecos de la miseria humana), sino a algo más prosaico
como esa mamífera mascota, que sirve de animal de compañía contra la asfixiante
realidad cotidiana en soledad. De muy atrás viene esa convivencia entre el
hombre y el perro, por encima de la que se da con el gato, mucho más arisco y
desconfiado. Según las estadísticas, uno de cada cuatro hogares en España tiene
un perro cumpliendo esa función doméstico-afectiva. Y de tan manifiesta
abundancia surgen algunos problemas de higiene, que suscitan las quejas del
vecindario Porque hay perros que hacen sus necesidades estercolando céspedes y
aceras y convirtiéndolas en mingitorios. Algo en lo que, sin duda, tienen toda
la responsabilidad sus amos, que obran con un comportamiento nada cívico.
Hablando del bienestar perruno,
hemos conocido últimamente como se han conseguido habilitar tanto playas como
cines para perros. Buena vida perra se llevan algunos, como “Lola”, la mascota
del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que viaja con él en avión, AVE
o en coche con chófer. Tampoco han podido quejarse del trato recibido los
muchos allegados a la casa de mis padres en Almajano, y que mi hermano mayor emplea
en la caza. Y recuerdo al “Mastragas”, un mastín de la trashumancia, tan grande
como pacífico, que “el Chisco” de Huérteles regaló al Juan Luís, el padre de mi
amigo Eusebio. Se han dado casos de suma lealtad de perros con sus amos. Recién,
el de una perra, plantada en la puerta del hospital de Elda mientras se
recuperaba su dueña-niña operada de apendicitis. O el de “Rubio”, el perro
vagabundo que robó el corazón de Olivia, la azafata alemana a la que esperaba
siempre a su regreso.
Afamado es el de “Rinti”, ya que al morir, en
1931, su dueña, la norteamericana Jeannette Ford Ryder, permaneció junto a ella,
por lo que fue esculpida su figura a sus pies en la conocida “Tumba de la Fidelidad ” del
Cementerio de Colon de La
Habana (Cuba), el mismo donde yace Francisco, el abuelo
materno de Pablo Picasso, que le dio parientes negros. Que, según me han
contado, “el Tati”, también acudía al cementerio para hacerle compañía a mi
abuelo Fermín en su descanso eterno.
José María Martínez Laseca
(8 de septiembre de 2016)
No hay comentarios :
Publicar un comentario