Es Soria una ciudad histórica. Su
existencia se justifica desde el río Duero, considerado este como padre. Duero
es agua que corre, y, por ende, dador de vida.
Aunque no queda muy claro su origen, restos encontrados aluden a un primer
asentamiento celtibérico. También hay noticia posterior del establecimiento
musulmán en el siglo IX. Pero su afirmación definitiva es consecuencia de la
reconquista cristiana. Resurge así Soria como emplazamiento estratégico, al estar
enclavada en el vado (después puente de piedra) que, desde
Castilla, posibilitaba el acceso hacia los reinos de Navarra y Aragón. Sus dos
cerros fronteros del Castillo y del Mirón permitían unas buenas condiciones de
vigilancia y la defensa efectiva. Alfonso I, el Batallador, le concedió el
Fuero Breve en 1120, acometiéndose un intenso proceso poblacional. Más tarde,
Alfonso VIII de Castilla le otorgará el Fuero Extenso, agradecido por haberle
protegido siendo niño. Lo que llevará a Soria a crecer con sus casas
ascendiendo collado arriba, entre ambos cerros, al resguardo de su muralla y su
castillo. La ciudad medieval, intramuros, quedaba conformada al agruparse sus
vecinos en colaciones o barrios alrededor de sus iglesias románicas, hasta el
total de 35 que aparecían en el Censo de Alfonso X en 1270.
Un pavoroso incendio la destruyó
en parte y el nuevo casco urbano y su vecindario, al pasar de los años, le
fueron dando la espalda al río Duero. Algunas de aquellas iglesias románicas se
convirtieron en majadas o se desmoronaron, reutilizándose sus piedras y
acabando en ruinas, enterradas por el polvo del paso del tiempo y del olvido. La
operación “Soria oculta” promovida desde el Ayuntamiento ha permitido las
intervenciones arqueológicas, sacando a la luz algunos de sus vestigios. Tal es
el caso de la llamada iglesia de San Ginés, con su ábside pegado a la muralla
en la margen derecha del Duero; y de la de San Martín de la Cuesta , junto a la carretera
de las siete curvas que trepa al Castillo. La recuperación del patrimonio de
nuestro pasado permite el arraigo de las generaciones en una identidad común. Vale
pues excavarlo para investigarlo, interpretarlo, reconocerlo, comprenderlo y
disfrutarlo; pero también hay que consolidarlo y conservarlo, garantizando la
salvaguardia de todo lo descubierto.
José María Martínez Laseca
(15 de septiembre de 2016)
No hay comentarios :
Publicar un comentario