Un elemento identitario de
nuestra histórica ciudad es el arte románico, con rica icnografía. Así, en un
capitel del crucero de la iglesia de San
Juan de Rabanera se ve un pavo real, el que se cuenta entre los animales más admirados
debido al impresionante abanico policromado que forma la cola de los machos. Para
nuestros antepasados medievales simbolizaba la soberbia. Acaso, por su asociación
con la realeza, cúspide del poder terrenal, dada la jactancia demostrada en la
exhibición de los excesos de sus conductas.
Venga este frontispicio al caso
que nos ocupa, y que no es otro que el referido al edificio neoclásico del
Banco de España, sito en la céntrica plaza de San Esteban. Uno ha perdido ya la
cuenta del tiempo transcurrido desde que principió su rehabilitación. La
expresión popular “dura más que las obras del Pilar” cobra aquí pleno sentido.
De Zapatero a Rajoy. Porque su ejecución asemeja al cuento de la media pipa que
nunca se acaba. Sé que faltaron razones, sé que sobraron motivos para
justificar su parálisis. Entre otros, la
importante modificación de todo el proyecto por un error en el cálculo de
estructuras. Cierto es que nunca se tuvo claro a qué se iba a destinar. Con ambición de futuro se barajaron:
Subsede del Museo del Prado, Museo de Arte Contemporáneo Soriano, Sede de la Dieta Mediterránea ,
etc., sobre todo Centro Nacional de Fotografía. Siempre bajo el denominador común
del uso cultural.
Por eso sorprenden ahora las
declaraciones de
josé María Martínez Laseca
(17 de septiembre de 2015)
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