Como aquel que, al señalarle la luna con el dedo, se quedó mirando el dedo y no la luna, me parecieron los pasmados con el espectáculo televisivo de la salida de sus señorías del pleno del Congreso de los Diputados, el día 31 de octubre, para no perder el último tren hacia el puente de todos los Santos. ¿Acaso tal estampida les impidió enterarse de lo que los diputados dejaban atrás? Se trataba de la reforma de las pensiones. Lo advirtió la ministra Fátima Báñez: el debate social más importante que tiene planteado la sociedad española. No en vano afecta a más de 9 millones de españoles (entre ellos a 22.471 sorianos), que no es moco de pavo. Y, de nuevo, el Gobierno usaba el rodillo parlamentario para tumbar los hasta 8 vetos presentados por los grupos de la oposición a dicho proyecto de Ley.
Allí, la ministra de Empleo dibujó un futuro sombrío para el actual sistema público si no se llevaba a cabo una pronta reforma. Y, pese a afirmar que la del Gobierno es la garantía de la sostenibilidad en el largo plazo, también reconoció que "El barco no se hundirá, permanecerá siempre a flote". Empero, los grupos de la oposición criticaron esta reforma, que aprovecha la crisis, como un instrumento de recorte de las pensiones en favor de los planes privados, y echaron en cara al Gobierno que legislara de espaldas al Pacto de Toledo. La tildaron de "nefasta" porque supondrá un recorte del poder adquisitivo de las pensiones, y añadieron que la fórmula de revalorización, que garantiza un incremento anual de las prestaciones del 0,25%, en lugar de actualizarlas con el IPC como marca la ley, es en realidad "un engañabobos", ya que les va a rebajar todos los años entre un 2% y un 3% más. A la mayoría de los pensionistas lo que más les afecta es el recibo de la luz, la cesta de la compra, el transporte y el copago de las medicinas. ¿Acaso no mintió descaradamente Rajoy cuando antes y después de las elecciones prometió que no tocaría las pensiones, que nunca le afectarían los recortes?
Es ya una estrategia habitual de la derecha crear una sensación generalizada de terror con el fin de que los ciudadanos nos creamos su cuento y cedamos en nuestros derechos y libertades, a cambio de una utópica sensación de seguridad.
José María Martínez Laseca
(7 de noviembre de 2013)
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