¿Qué
fue de los cantautores? (“progres universitarios / soñando en una canción”) se
preguntaba en una de sus letrillas el extremeño Luis Pastor, quien todavía
sigue en pie de lucha, sin renegar nunca de su origen social, metiéndose en los
mundos en los que habitan el sufrimiento y la alegría de vencerlo (“haciendo de
la poesía / nuestro pan de cada día”). Yo respondo a su pregunta diciendo, a
propósito de esa prole de rebeldes que empuñaron por mejor arma una guitarra y
alzaron su voz y su inspiración creativa para expresar su inconformismo con el
momento histórico que les tocó vivir, que nunca me cupo la menor duda –será
también una cuestión de edad– de que entre tales cantautores favoritos tiene en
mi alma un altar Joan Manuel Serrat. No ya por sus giras conjuntas con Joaquín
Sabina –otro de mis cantautores predilectos–, con “Dos pájaros de un tiro”, desde
2007, ni aún por sus anteriores discos
LP de musicalizaciones de los versos del poeta oriolano Miguel Hernández, en
1972 o el más emblemático dedicado a Antonio Machado poeta, de 1969; sino por
ser él mismo un auténtico vate. Porque las letras de sus canciones han
significado durante muchos años la crónica de las inquietudes y deseos de toda
una generación. Asumiendo temas universales que le convierten en uno de los
grandes trovadores del último milenio: la memoria, los tipos humanos, el
paisaje, el amor, los lugares, la política y el compromiso, la vida, los
viajes, la muerte…
Pese a la voracidad del paso del
tiempo, este cantante popular continúa vivito y coleando. El pasado 28 de
febrero, fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza, en
reconocimiento a toda su carrera en el mundo de las letras y la música. Con
ello suma el duodécimo, concedido por Universidades españolas, argentinas y mejicanas.
En el Paraninfo, pronunció un discurso tan valiente como crítico. Declarando su
amor al oficio de cantar y escribir, cuestión de esfuerzo y de porfía por
amasar palabras, más que de musas. Diciendo que estamos en un tiempo de
confusión y angustia, donde se ha perdido la confianza en el sistema, pues los
jóvenes se sienten engañados y los mayores, traicionados, por lo que es
necesario recuperar los valores democráticos y morales frente a la vileza del
mercado, en que todo tiene un precio. Allí apostó Serrat por el conocimiento
que aporta justicia e igualdad y agudiza el civismo de los ciudadanos.
José
María Martínez Laseca
(5
de marzo de 2020)
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