jueves, 26 de diciembre de 2019

Cuento de Navidad


Las navidades comienzan con un cuento de redención. Para inaugurarlas, yo elijo “Canción de Navidad” (1843) del escritor inglés Charles Dickens (1812-1870). Lo protagoniza Ebenezer Scrooge, un viejo comerciante, egoísta y amargado, que detesta estos festejos. No obstante, transcurridos siete años, en la víspera del día de Navidad se le aparece el espíritu de su también avaro y codicioso socio Marley, muerto en ese mismo día, con el fin de informarle de la visita que le iban a hacer esa noche tres espíritus: el de las navidades pasadas, el de la navidad presente y el de las navidades futuras. Así pues, acompañado, sucesivamente, por cada uno de ellos, recorrerá distintos lugares, donde se encontrará con conocidos suyos del pasado, del presente y del futuro, que le mostrarán escenas de sus vidas cotidianas. Eso le llevará a reflexionar y volver a la realidad completamente trasformado.
            Dickens se inspiró para escribirlo en dos momentos históricos relevantes: la guerra civil inglesa (1642-1651) y la revolución industrial. En el primer caso, la toma del poder por Oliver Cromwell propició la supresión de ritos y festividades católicos entre los que se encontraba la Navidad. Lo apoyaron los puritanos protestantes, convencidos de  que si trabajan duro en vida y no disfrutaban de placeres por el mero placer, serían bienvenidos en el cielo. Y aunque tal decisión fue mal acogida por el pueblo, la fiesta no se recuperaría hasta 1660, con Carlos II en el trono. De otra parte, la revolución industrial, (en pleno auge en 1880), causó al proletariado unas deplorables condiciones de trabajo en las fábricas, dado que eran usadas por la clase dominante y poderosa de la industria como un telón de caridad para tapar las injusticias en que cimentaba su riqueza. Con muchos niños obreros. Dickens lo padeció en sus propias carnes y lo denunció como periodista. El masivo desplazamiento de la gente del campo a la ciudad hizo que se fueran perdiendo estas tradiciones.
            Contra el capitalismo feroz, “Canción de Navidad” nos trae un mensaje de amor y confraternidad universal. Estamos en un tiempo de excepción, el del Solsticio de invierno o Nacimiento del sol, equiparado por la iglesia con la Natividad de Jesucristo. Ahora los días crecen y las noches menguan. Es el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Del bien frente al mal. La ilusión y  la magia de la imaginación lo cambian todo.
José María Martínez Laseca
(26 de diciembre de 2019)

Gaya Nuño


Érase un nombre a la fachada de un edificio pegado: Gaya Nuño. Apellidos que compartieron tres hermanos: Benito, el primogénito; Juan Antonio y Amparo. Aquí me refiero al segundo, que nació en Tardelcuende (Soria) el 29 de enero de 1913 y falleció en Madrid, el 6 de julio de 1976. “Tempus breve est”. Pese a su corta vida alcanzó notoriedad nacional e internacional. Con tesón, por ser de los vencidos represaliados, al perder la guerra civil (1936-1939) en la que combatió de principio a fin en defensa de la República. Yendo contracorriente, frente a una inmensa mayoría de intelectuales acomodaticios. Cual “lobo solitario”, como lo definió Camón Aznar. Por supuesto que muchos paisanos  no saben de quien hablo. Fue historiador y crítico de arte. Escritor ante todo. Con un libro de esencias: “El Santero de San Saturio", breviario de lectura obligada para que todo soriano se conozca mejor y haga autocrítica en pos de remediar los muchos males de la patria chica. Lo que fuimos antes da buena cuenta de lo que somos hoy. Quien lo lea demandará más textos suyos.
            A lo largo de sus 63 años vividos, Juan Antonio, que se casó mientras la guerra con Concha (Gutiérrez) de Marco, fue acumulando, en su piso-ermita de la calle Ibiza, nº 23, 7º A, muchos amigos libros y los cuadros que le regalaron artistas de la vanguardia española, a los que él dio a conocer con la autoridad de su pluma. Cuando murió Juan Antonio, la ocupación de su viuda se centró en dejar ese tesoro en buenas manos. Por la fidelidad del matrimonio con su tierra de nación, pensó en el pueblo soriano. Y llamó a Caja Soria (Obra social) para cedérselo todo a cambio de que esta creara la Biblioteca-Museo Juan Antonio Gaya Nuño. La Caja se le antojaba más fiable que el Ayuntamiento de Soria o la Diputación Provincial. Así lo acordó y Concha de Marco se moría en paz el 19 de octubre de 1989. Más, todo lo que parecía sólido, véase las Cajas, se fue al traste. Y el Centro Cultural Gaya Nuño de la céntrica plaza de San Esteban de Soria, entró en purgatorio.
Cual río Guadiana emergía y desaparecía. Fusiones y confusiones con Caja Salamanca, España-Duero y Unicaja lo han desvirtuado de sus fines. Recién, el acuerdo entre Fundos y el Ayuntamiento de Soria quiere resucitarlo. Empero, algunas noches –según cuentan– se ha visto merodear al fantasma, inquieto y descontento, de Concha de Marco por el mentado edificio.    
José María Martínez Laseca
(17 de diciembre de 2019)

martes, 17 de diciembre de 2019

Deslumbrados

Somos los humanos –y no las urracas– los que sentimos una atracción compulsiva por lo reluciente, por aquello que brilla. Lo corroboran nuestros comportamientos y actitudes habituales. Toda vez que vivimos en un mundo de apariencias, en el que prima lo superficial, con claro menoscabo de lo auténtico. Ya lo señaló el gran Lope de Vega: “Todo es vana arquitectura, / como dijo un sabio un día, / que a los sastres se debía / la mitad de la hermosura”. Hay, pues, ropajes que nos dejan boquiabiertos. Deslumbrados. Es decir, alucinados, encandilados, impresionados, fascinados, seducidos o hipnotizados, puesto que todos ellos son sinónimos. Aunque, también, aparece otro, que a mí me resulta más apropiado al efecto: engañados.
      Pongamos algunos escaparates recientes: Vigo y Madrid se retan a ver quien tiene las mejores luces de Navidad. (Y Soria imita a Vigo). Se planta el árbol de Navidad más caro del mundo, 11 millones de euros, en el vestíbulo del Kempisnski Hotel Bahía de Estepona (Málaga). O sea, a ver quien mea más lejos. El vivir es reemplazado por el representar y eso supone un empobrecimiento de lo humano. Cual demostró Mario Vargas Llosa en su ensayo “La civilización del espectáculo” (2012), donde criticaba la superficialidad y frivolidad de la cultura contemporánea.
      En estas, el espectáculo circense y lo nuevo van de la mano. Ya lo advertía Bécquer en sus “Cartas desde mi celda” cuando escribía que “las fiestas peculiares de cada población comienzan a encontrarse, ridículas o del mal gusto por los más ilustrados, y los antiguos usos caen en olvido, la tradición se rompe y todo lo que no es nuevo se menosprecia”. A ellos se suma el consumismo para completar el triángulo equilátero. Es evidente que estamos siendo colonizados por fiestas invasoras como Halloween y el Black Friday. Que incluso la misma Navidad se percibe infestada en su mensaje de amor y paz.
      La clave radica en desarrollar el pensamiento crítico. En “aprender a distinguir los valores falsos de los verdaderos y el mérito real de las personas bajo toda suerte de disfraces”, como dijo Antonio Machado a sus alumnos. Añadiendo que desconfiaran de “todo lo aparatoso y solemne, que suele estar vacío”. En definitiva, saber discernir. Porque, por pluma de López de Ayala: “Justas, juegos, clamores / alegran a los pueblos solo un día. / Remediar la pobreza y los dolores / del miserable sí que es alegría.”
José María Martínez Laseca
(12 de diciembre de 2019)

viernes, 6 de diciembre de 2019

Belén provincial

“Somos sentimientos y tenemos seres humanos” fue una expresión viral del Presidente del Gobierno en funciones Mariano Rajoy, durante una entrevista con Susana Griso, en “Espejo Público” de Antena 3 TV (febrero 2016). No era eso lo que quería decir, pero lo dijo. Y me sirve de coartada para esta columna. Ya se procedió –con cierta antelación– por el Ayuntamiento de Soria al encendido de la luminaria de Navidad en sus calles. E incluso podemos añadir que, también, a montar el belén en nuestra Diputación Provincial. 
       Ello trae causa de las últimas Elecciones Municipales celebradas el domingo 26 de mayo de 2019. El escrutinio de votos en la circunscripción de Soria derivó en que el PSOE obtuviera 12 diputados provinciales; el PP 9, la PPSO 3 y Cs 1 del total de 25 que integran el pleno de la Corporación. La suma del tripartito PP, PPSO y Cs consiguió la mayoría absoluta y, en consecuencia, el Gobierno de la misma, frente al PSOE, el partido más votado. Cabe aclarar que Cs se adhirió por orden de Madrid y que el PP y la PPSO obviaron sus muchas desconfianzas mediante un pacto de gobernabilidad ante notario, con 100.000 € de penalización para quien lo quebrara. Firmaron y se repartieron los cargos del poder entre ellos. Pero, como ocurre en los cuentos tradicionales del “erase una vez”, algo acontece que rompe la armonía reinante. El punto 6º del acuerdo rezaba: “desde el PP se llevarán a cabo las gestiones necesarias tendentes a revertir la situación acaecida en El Burgo de Osma”. Esta no era otra que un pacto antinatura PP (2) + PSOE (4) había arrebatado la alcaldía a la PPSO (5), la lista más votada. 
       Por lo que la PPSO exigió su cumplimiento o que se atuvieran a las consecuencias. Y comenzaron las rogativas hacia la villa episcopal para implorar a los concejales. El PP a los 2 suyos, Alcalde turnante por dos años incluido, al considerar “prioritaria la Diputación”. Y el PSOE, viendo la oportunidad, a sus 4. Pero, si ambas delegaciones fueron a por lana, volvieron trasquiladas. Ante la presión ejercida, los cabezas de lista del PP y del PSOE reaccionaron y se dieron de baja en sus respectivos partidos (?), manteniendo su alianza de Gobierno en el Ayuntamiento de El Burgo de Osma. Y se pasaron al Grupo de No Adscritos en la Diputación Provincial (?). “Somos seres humanos y tenemos sentimientos”, argumentaron corrigiendo así el lapsus linguae de Rajoy. (¿Continuará?). 
José María Martínez Laseca
(5 de diciembre de 2019)