Pocas, mayores y dispersas. Resume la situación actual de la mujer rural en Soria. De esas mujeres que habitan nuestros pueblos. Que, si por algo se han caracterizado generacionalmente, es por la invisibilidad de su trabajo. Por quedar en un segundo plano. Insertadas en una larga tradición conservadora que, tras la primavera breve de la segunda república, se reafirmó, con el triunfo de los facciosos en la guerra civil de 1936-1939, al imponer estos el nacionalcatolicismo que las relegaba a la casa y con la pata quebrada. A la cocina, la misa y los hijos.
Entonces, toda mujer pública era considerada una trasgresora, una pecadora. Su papel subordinado al del varón, fuera este padre, marido o compañero. Las niñas con las niñas y los niños con los niños, era el letrero de segregación en la escuela. Con el prohibido el paso al niño: “¡largo de aquí, no seas cocinilla!”. Patriarcalismo y machismo, no exentos tampoco de malos tratos y violencia doméstica. Algo que yo he observado en la vida de mi propia madre. Sufrida trabajadora. Labradora clandestina, porque en su DNI figuraba de profesión: sus labores. Mi homenaje lo plasmé en estos versos: “Mujer de esta tierra, / la de tez quemada. / Trabajas el campo / con tu fuerza humana. / Con amor de madre, / alumbras tu casa. / Y el fruto: esos surcos / que arrugan tu cara.”
Cierto es que a nuestros pueblos han llegado los modos de vida “civilizada” de la ciudad. Y que nuestras paisanas de hoy podrían exclamar: “Nosotras, las de entonces, ya no somos las mismas”. Pero, que se haya progresado adecuadamente no significa que se haya llegado a buen puerto. Que exista una igualdad efectiva de derechos entre mujeres y hombres, requiere dar la vuelta a muchos prejuicios arraigados en la mente de los hombres. De educación en valores. Algo que no compete en exclusiva a la escuela, ya que empieza en la familia y debe cultivarse en la sociedad. ¿Quién se va a ocupar de los cuidados? La ONU recuerda que la desigualdad entre hombres y mujeres sigue siendo lacerante y vergonzoso común denominador de todo el planeta y que la violencia machista es endémica en el mundo. Las recientes reivindicaciones feministas nos dicen que el tiempo de las mujeres ha llegado para quedarse. Mujeres como personas y no como acémilas. Imprescindibles para el porvenir de nuestra provincia. Contra su vaciamiento. Porque sin ellas no hay vida.
José María Martínez Laseca
(14 de marzo de 2019)
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