Sí, soy Adolf Schulten. Nací en Elerfeld (Alemania) el 27 de mayo de 1870. Al día de hoy, 26 de mayo de 1960, cuento ya 90 años, y, con razón, se puede decir que soy un nonagenario, un viejo. Mi vida es, pues, amplia. Siempre me atrajo la historia de los pueblos antiguos. Me doctoré con 22 años y ejercí la docencia en la Universidad de Erlangen. Pienso que donde nace el conocimiento deben nacer sus aplicaciones. Una beca del Instituto Arqueológico Alemán me permitió conocer Italia, Grecia y el norte de África, acrecentando mi espíritu de viajero romántico. En 1899 visité por vez primera España, acercándome hasta Garray (Soria). Quedé fascinado por este país de la piel de toro. Y quise investigar para adentrarme en su etapa ibérico-romana.
Corrían tiempos difíciles y convulsos en Europa. Y tuve que avanzar contracorriente. Como filólogo estudié las fuentes clásicas, los escritos de los cronistas vencedores (Apiano, Polibio…), porque los numantinos no escribieron su historia, y otra mucha literatura posterior. Partía de mi ilusión por dar con la ubicación de la inmortal ciudad celtíbera de Numancia: la que fue capaz de poner en jaque durante 20 años a las todopoderosas legiones romanas y que resultó finalmente derruida. Los textos –como le ocurrió a Schliemann (1822-1890) con La Iliada para hallar las ruinas de Troya– me confirmaron su verdadero emplazamiento. Reconozco que a tal fin me resultó muy valiosa la ayuda del benemérito Eduardo Saavedra, descubridor de la ciudad romana. Solo me quedaba pasar al trabajo de campo.
No se me olvida aquel 12 de agosto de 1905 en que llegué al cerro de La Muela para iniciar mis excavaciones “in situ”. Bien auxiliado por Koenen. Con cinco obreros que abrieron cuatro zanjas a pico y pala. El hallazgo de materiales cerámicos nos mostró el tesoro: allí estaba la Numancia quemada, la ciudad perdida. Un éxito que trató de refutarme el Abad de la Colegiata de Soria Santiago Gómez Santacruz. Más tarde vendría el descubrimiento de los siete campamentos levantados por Escipión el Africano para asediar Numancia. Y la Gran Atalaya de Renieblas. Pero ya no tuvo la emoción de la primera vez. Aún existió mi obsesión por Tartessos. ¡Cómo no voy a amar a España: su sol y el gran corazón de sus gentes!
José María Martínez Laseca
(14 de septiembre de 2017)
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