He
aquí el verano. Recién estrenado y radiante de luz. Tórrido. Aunque habrá quien
dirá –por aquello del cambio climático– que ya se había instalado entre
nosotros, dado el incremento de las temperaturas que nos hacen sudar la gota
gorda. El caso es que el tránsito anual de las cuatro estaciones nos produce la
sensación de que vivimos un tiempo circular, otrora asociado a las tareas
agrícolas y ganaderas del campo. Reiterativo en su andadura, como si nos remitiera
al mito del eterno retorno. En consecuencia, la rueda de los días ha efectuado
la rotación completa de su circunferencia anual y vuelve a adentrarse, por tanto, en un tiempo nuevo.
Sin duda extraordinario, sagrado o de excepción, ya que difiere del profano. De
ahí que en él puedan acontecer cosas fuera de lo normal. Corresponde al
solsticio de verano, rebautizado por el cristianismo como ciclo de San Juan,
por ser este el precursor de Jesucristo o luz divina. Un festejo universal. Con
llamativos rituales asociados con los cuatro elementos clásicos de la naturaleza: tierra, agua, aire
y fuego, entendidos como las energías arquetípicas que producen su efecto en
nuestro ser, nuestra conciencia y forma de entender el mundo.
Dos hechos relevantes van a producirse
en San Pedro Manrique, corazón de las Tierras Altas, en plena sierra soriana;
donde pastaban antaño los grandes rebaños de merinas trashumantes. El primero,
durante la noche del día 23, la más corta del año, y conocido por “El paso del
fuego”. Ante el público que abarrota las gradas del anfiteatro adosado a la
ermita de la Virgen de la Peña, los osados pasadores atraviesan con sus pies
descalzos una alfombra reluciente de brasas. Pisar fuerte y sin miedo dirán que
es el secreto, y tener fe en su patrona protectora. Espectáculo puro. Intenso,
apasionante; e increíble a los ojos que lo observan. El otro acontece en la mañana del día 24 y se
nombra de “Las móndidas”. Mujeres puras, cual sacerdotisas sacras, que son las
protagonistas principales del cortejo. Así, al citado rito solsticial, se añaden
la leyenda medieval de la batalla de Clavijo, con el tributo de las cien
doncellas del rey Mauregato al emir Abderramán I, y la pingada del mayo extraprimaveral
por los mozos en mitad de la plaza. Será a su alrededor donde las tres móndidas
reciten sus cuartetas, con emotivas letras cargada de recuerdos y esperanza.
Mucha magia. En la purificación por el fuego y en la gran necesidad de volver a renacer.
José
María Martínez Laseca
(23
de junio de 2017)