miércoles, 30 de enero de 2019

Evocación de Andrés Sorel


Segoviano de raíz. Nació en 1937, cuando nuestra sangrienta guerra incivil. De familia muy humilde (la miseria era otro tipo de censura) y, pese a ello, pudo estudiar Magisterio y Filosofía y letras. (La educación para la valentía, la valentía cívica es importante –dice J. A. Marina). Su nombre: Andrés Martínez López, pero cambió sus apellidos, tan comunes, por el de Sorel, en honor a Julián Sorel protagonista de la novela “Rojo y negro” de Stendhal. Me entero de su muerte en Madrid, el pasado 8 de enero, a los 81 años. Luchador incansable contra la dictadura franquista. Después, contra las debilidades de la democracia. Coherente hasta el final. Me sobran, pues, los motivos para recordarlo. Su rosto de barbudo, ojos pequeños, frente despejada y pelo largo, emerge a mi memoria iluminado por su enérgica voz de orador y despertador de conciencias. Desde mis dorados años de estudiante en el Colegio Universitario de Soria. Era un intelectual con coraje. De izquierdas. A pie de calle.
            He vuelto a abrir su libro intitulado “Castilla como agonía” (1975), adelantándose en mucho tiempo a la preocupación por esta tierra ya bajo el signo de la emigración y el despoblamiento. Lo ejemplificaba con el pueblo soriano de Albocabe. Entonces no existía la región de Castilla en España como entidad política-económica, con autonomía administrativa. Y dedicaba sus páginas: “A la memoria de Antonio Machado, cuya lectura, durante mi infancia castellana, fue el mejor camino para descubrir y amar a las gentes sencillas del pueblo”. Precisamente de “Antonio Machado y María Zambrano en Segovia” nos habló la última vez que yo lo vi. Fue aquí, en Soria, el 8 de noviembre de 2007. Nos narró la secuencia del 25 de enero de 1939. Un coche recoge a Araceli (viuda de Blas Zambrano) y sus dos hijas y se dirige por Barcelona hacia la frontera francesa, porque España ha caído en manos de los facciosos. Hay una larga cola hacia el exilio. De pronto, ven a dos personas a cual más vieja. A Antonio Machado lo sostiene su madre. Les ofrecen subir. Ellos dicen que no. (…)
            Siempre meditativo. “Hoy de lo que se trata es de burlar la capacidad de que cada uno [de nosotros] piense por sí mismo. De ahí el ruido, de ahí el zapping y de ahí el constante estar ocupado viendo cosas sin reflexionar sobre ninguna”. Gracias y hasta siempre Andrés Sorel. Porque tú tuviste la funesta manía de pensar.
José María Martínez Laseca
(24 de enero de 2019)

En el tiempo muerto


El tiempo es orden. Su regulación partió de las actividades que se realizaban. Y la revolución industrial con sus procesos productivos extendió el uso del reloj. Fue el calendario romano el primer sistema para trocear el tiempo en la Antigua Roma. Creado por Rómulo, el año comprendía diez meses lunares. Los primeros con nombre de dioses, como Martius (marzo) en honor a Marte, etc. y los demás por su turno. Así, September (7º), October (8º), November (9º) y December (10º) y último. Al pasar de un año a otro quedaba, pues, en invierno, una especie de “tiempo muerto”. Se dedicaba a ritos de purificación colectiva. Hasta que llegaba el equinoccio de primavera con el primer mes de marzo. En el 46 a. C., Julio César implantó su calendario solar, el Juliano, ya con 365 días y 12 meses, que conservaron sus nombres anteriores, si bien antepuso los meses de Ianuarius (enero) y Febrarius (febero) al de marzo. En 1582, el Papa Gregorio XIII dictaba su calendario, el gregoriano, vigente en la actualidad.
Para la sabiduría popular es a mediados de enero cuando más frío hace. Ha finalizado el Adviento y la Navidad y se va a entrar de lleno en el ciclo de Carnaval. Lo anticipan las mascaradas, con sus juegos sensuales y liberadores, y se prenderán hogueras (símbolos solares) para que con su calor  la tierra dormida comience a despertar. Y vuelve a la carga la cristianización con su santoral de invierno encarnado en los santos barbudos, objeto de gran devoción. Arrancan con San Victorián, el día 12, y terminan con San Sebastián, el 20. Entre medias, San Mauro (el 15) y San Antón, o San Antonio Abad, (el 17). Este, según la leyenda, curó al cerdo que va con él. Por eso se le tiene por defensor de los animales. En su festividad algunos se acercan a la iglesia para que bendiga a sus mascotas. Tal sucede en Zamora. Pero yo acudí allí para participar en la sanantonada que, desde 1962, con Ángel Centeno al frente, celebra la Cofradía del Cencerro o de los “burros”. Sus cofrades visten cual tratantes de ganado: jubón, boina negra, pañuelo blanco y alforjas al hombro. A los sones de los Gaiteros de la Calle Real de Soria (que cumplen ya 30 años acudiendo), recorren por la noche las calles más céntricas de la ciudad, repartiendo las roscas de pan que portan ensartadas. Por colofón: cena de fraternidad, con alubias de plato principal. Una gozada. Que la cultura es vida.
José María Martínez Laseca
(24 de enero de 2019) 

viernes, 18 de enero de 2019

El chacachá del tren


A mi nieto Gonzalo, de casi 2 años, le apasionan los trenes. Se quedaba embobado estas pasadas navidades viéndolos circular por sus raíles en dos escaparates del centro de Soria, donde había instalados unos bonitos trenes eléctricos.  Hay una fijación infantil por ese artilugio en movimiento. A mi recuerdo aflora aquel viejo tren con sabor a carbonilla que, a mis 11 años, cogía en la estación de Arancón para ir, con transbordo en Castejón de Ebro, hasta Fuenterrabía, donde permanecí 4 cursos estudiando en el colegio de los PP. Betharramitas. Aquel viaje iniciático supuso, en cierto modo, que llevara la contraria. Porque, en España, desde que en 1561 Madrid es designada la Corte de los Austrias y, después, en el siglo XVIII, con Felipe V, devino en capital político-administrativa y estableció en su centro el kilómetro cero, todos los caminos conducían allí. De este modo, ha prevalecido el diseño de un sistema radial de transportes y comunicaciones, tanto viarias como ferroviarias.
Que este ha sido el patrón seguido regularmente en las políticas de infraestructuras, acometidas en nuestro país por los partidos de distinto signo político que nos han gobernado. Sorprendentemente, a la provincia de Soria, que es tierra de paso al encontrase situada estratégicamente, se la ha venido excluyendo en la modernización de dichas infraestructuras, hasta dejarla aislada. La apuesta irreflexiva que se hizo del transporte de mercancías en camiones por carretera,  frente al ferrocarril, provocó el cierre en 1985 de las líneas férreas del Valladolid-Ariza y del Burgos-Calatayud y en 1996 de la Soria-Castejón de Ebro que por aquí cruzaban. Ahora, incluso, se desvían por Burgos autobuses procedentes de Pamplona y Logroño que antes entraban a la estación de Soria.
El culto al dios AVE exigió más sacrificios. Y nuestro único tren Soria-Torralba, cordón umbilical con la capital de España, se ha quedado obsoleto. La mejora y electrificación de esta línea para su conexión con la del AVE en Medinaceli, como ya se pretendió en mayo de 2011, nos pondría a 1 h y 40 min. de Madrid y a 3h y 15 min. de Barcelona. Con su prolongación hasta Castejón de Ebro, supondría la verdadera solución. Para que viajemos en él y resulte más rentable social y económicamente. Y no tan solo para que oigamos su traqueteo o lo veamos pasar de largo, como si de un gusano mecánico de juguete se tratara. 
José María Martínez Laseca
(17 de enero de 2019)

martes, 15 de enero de 2019

Aquel gran tenor de Berlanga de Duero

Tenor es la voz masculina elevada sobre la del barítono, equivalente a la de soprano de las mujeres y niños. “Ecos y noticias” de El Avisador Numantino, (3-8-1907, p. 3), recogía: “Ha regresado de Buenos Aires a Berlanga de Duero, su pueblo natal, nuestro estimado amigo D. Vicente Abad, que hace bastantes años alcanzó popularidad como tenor de zarzuela seria en la notable compañía del señor Berges.” Esto nos dio la pista para indagar sobre el personaje. Su nombre abre el Diccionario biográfico de Soria (1998) de José Antonio Pérez-Rioja, donde se lee que Vicente Abad Antón, se reveló como un buen cantante en la Soria de finales del siglo XIX, al interpretar la cavatina de la obra lírica “Ciencia y trabajo” compuesta por el pianista del Casino Numancia Damián Balsa. 
       Mariano Granados, en su artículo de Recuerdo de Soria, (2-10-1892, p. 12) titulado “Corcheas y semifusas”, se refiere a él diciendo que posee una privilegiada garganta, con corazón de artista y un gran talento. En su opinión: Abad vale mucho y promete mucho más. Bernet, en La Vanguardia (27-5-1892, p. 5) alude a sus dos actuaciones en Zaragoza, junto al barítono Napoleón Verger, la soprano de 11 años Milagros Gorgé y la mezzo-soprano Caridad Díaz. Y habla de su voz: extensa y bonita que emite con facilidad. Por su parte Diario de Soria, (11-12-1897, p. 4) tomaba un recorte de El Correo Español de Buenos Aires que anunciaba la función extraordinaria de su despedida del público bonaerense en el teatro del Odeón, con la participación de la primera tiple Araceli d´Aponte. Abad donó la recaudación para paliar el terrible incendio de Abejar (Soria). 
       Es, no obstante, su amigo José María Palacio quien mejor plasma, en El Avisador Numantino (10-10-1907, p. 2), “Figuras de la tierra. Por la patria chica”, toda su trayectoria artística. Desde su pueblo a Sigüenza. Sus actuaciones en distintas ciudades de España y por otros países del mundo, estableciéndose en Buenos Aires. Su repertorio operístico y sus propias composiciones. Como la jota “¡Viva Numancia!”, que interpretó la banda La Numantina aquel 1907 en que Vicente volvió para las fiestas de la Virgen del Rosario a su pueblo. Myriam Núñez Jiménez lo registra en su tesis doctoral “La vida musical en la ciudad de Soria a través de la prensa 1900-1910” (2014), p. 531-533. Pero Vicente Abad sigue siendo para mí caso abierto.
José María Martínez Laseca
(10 de enero de 2019)

El tiempo huye

Se hace camino al vivir. “Año nuevo, vida nueva” reza el refrán, como si el tránsito de un año a otro supusiera un volver a empezar de cero. Pero, en realidad no se trata más que de un punto y seguido en lugar de un punto y aparte o del borrón y cuenta nueva, puesto que siempre sorbemos los nutrientes que necesitamos de nuestro pasado para así poder andar de manera más equilibrada, como funambulistas que somos, por la cuerda más o menos tensada de nuestras vidas. No podemos conocer lo que somos si olvidamos nuestra memoria, lo que fuimos. Ello pese a que como dijera la poeta: la experiencia no sirve, porque las cosas no son nunca las mismas. Y suele aprovecharse este apeadero de fin de año para hacer balance de lo recorrido y obrar en consecuencia acometiendo nuevos objetivos.
       Bien sabemos que lo importante es la dirección que llevamos, hacia dónde queremos ir. Pues siempre hay viento favorable para aquel que sabe a dónde va. Como al conducir un automóvil controlamos el volante y llevamos la vista atenta al frente, pero también miramos de cuando en cuando por el espejo retrovisor. A veces nos olvidamos de que somos seres efímeros, aves de paso, pese a que nos lo recuerde perfectamente este villancico: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va. / Y nosotros nos iremos, / y no volveremos más”. Llama, pues, la atención que vivamos nuestras vidas de forma tan acelerada, que cuando llegamos a la ancianidad pretendamos ralentizar el envejecimiento. Mejor sería paladear el vivir de cada día, aprovechando el momento, como dicta el clásico tópico del “Carpe diem”. El tiempo es agresivo, ya que pasa volando. 
        En la Odisea, que cuenta el regreso de Ulises tras la guerra de Troya a su patria de Ítaca, hay un interesante episodio. Corresponde a su convivencia con la bella ninfa Calipso en la isla de Ogigia. Ella lo retuvo allí durante siete años y aún pretendió mantenerlo a su lado garantizándole la inmortalidad o eterna juventud. Pero el héroe griego optó por tornar a casa con su esposa Penélope, precisamente porque dada su condición de mortal quería compartir con ella cada instante, dado su incalculable valor al ser estos irrepetibles. Y es que los dioses nos envidien, porque somos mortales. Yo brindo con mis lectores por la esperanza: Hay que sembrar la tierra / para soñar la espiga. / Solo así heredaremos / el sol de cada día. ¡Feliz 2019!
José María Martínez Laseca
(3 de enero de 2019)