El ritual de la ingestión de las doce uvas, en la Nochevieja, siguiendo el ritmo pausado de las doce campanadas, que va dando el reloj de la Puerta del Sol de Madrid (retransmitido por televisión), cerraba oficialmente la cuenta del 2017, al par que era primicia de buen suceso y augurio de las mejores nuevas para el que estrenamos de 2018. Un año más.
Es el tiempo que pasa. Porque hoy y mañana, serán muy pronto ayer. Y cualquier tiempo pasado ha sucedido. Lo sentencia certero el villancico: “La Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va. / Y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. El efímero ser humano ha imaginado el tiempo, en su esquema mental, como algo sujeto a cambios, dentro de un proceso cíclico irreversible. Es el transitar de las cuatro estaciones: desde el invierno hacia la primavera y la plenitud del verano o cuando llega el otoño y se va a la frialdad. Ritos de paso que se ven plasmados en alegorías y mitos que encuentran su réplica en los cuentos y costumbres tradicionales.
A partir de ser testigos del cambio operado en la frontera de dos años que se relevan es como cobran sentido las manifestaciones folklóricas de estos días. Entre ellas las mascaradas de diablos corporizados, para simbolizar la expulsión de los espíritus perversos, en tanto que víctimas expiatorias públicas del mal.
Para nosotros, actualmente, el principio del año legal está fijado en ese deslinde que se produce entre la Nochevieja del 31 de diciembre y el 1 de enero. Sin embargo, hasta hace algunos siglos la fecha del Año nuevo variaba según las naciones e incluso de ciudad en ciudad. El nombre de los doce meses delata que antes eran tan solo diez y, por consiguiente, el principio de año correspondía al 1º de marzo. La reforma del antiguo calendario, atribuida al rey Numa, tuvo dificultades para sustituir al arcaico marceño y se implantó definitivamente cuando el Senado romano vio la imperiosa necesidad de que los cónsules ocuparan sus cargos en las Kalendas de Enero, en lugar de por los Idus de Marzo (día 15), obligado por la prolongación de las guerras celtibéricas.
De aquí que se afirme que fue la rebelión numantina la que cambio el calendario. Enero –Ianuarius en latín– se atribuye a Jano, el dios bifronte que mira delante y detrás, al final del año transcurrido y al principio del próximo. ¡Feliz 2018!
José María Martínez Laseca
(4 de enero de 2018)
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