jueves, 29 de septiembre de 2016

Celebrando a Cela

“El paisaje político español es doméstico y desvaído porque en él proliferan los curas rebotados, los militares cojonudos, los periodistas hampones, los altos cargos que no saben hablar español, los inquisidores conversos, los títulos nobiliarios consortes e hipogenitales, los toreros de salón, los líricos menesterosos, los novelistas sociales, los eruditos a la violeta, los pescadores en río revuelto, los seudodemócratas que ignoran que el triunfo en las urnas da el poder, pero no la sabiduría ni la prudencia”, escribía Camilo José Cela en 1986. Y yo dejo, 30 años después, a juicio de mis lectores si resta algo de aquella fauna  en el panorama político patrio actual, colapsado por falta de pacto de gobierno. Los excesos de corrupción y de soberbia han hecho estragos y la evidente falta de empatía dificulta poner a tres en raya, de los cuatro grandes partidos, para salir del atasco y evitar la convocatoria de unas terceras elecciones generales a las puertas de la Navidad. Tomo la cita inicial de la exposición “Camilo José Cela 1916>2016. El centenario de un Nobel. Un libro y toda la soledad”, que visité el viernes pasado en la Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional de España. También, en otras salas de esta misma biblioteca, la exposición “Del dibujo a la palabra” celebra el centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo (1916-2000). Dos escritores estos que, junto a Blas de Otero (1916-1979), inscritos en la buena “cosecha del 16”, revolucionaron la narrativa, el teatro y la lírica española, respectivamente, durante la dictadura franquista, alzando sus “voces en un tiempo de silencio”. Por cerrar a las 21 h., pude llegar hasta la sede del Instituto Cervantes y mirar la sencilla muestra “El recuerdo más cercano”, también en homenaje a Cela, hombre con cara de caballo y voz de campana, según Jaime Campmany.  Previamente a alcanzar estos dos objetivos, tuve que pasar en mi andadura junto al Museo del Prado, donde una interminable cola de gente esperaba para acceder a la magna exposición en torno a otro genio: el pintor Hyeronimus van Aeken, (1540-1516), conocido por “El Bosco”. Anoto tan solo este episodio de mi viaje a la Villa y Corte, hecho en el bus de línea Logroño-Soria-Madrid, que sufrió un  accidente el pasado lunes, con muy trágico resultado.
José María Martínez Laseca
(22 de septiembre de 2016) 

martes, 20 de septiembre de 2016

Soria desenterrada

Es Soria una ciudad histórica. Su existencia se justifica desde el río Duero, considerado este como padre. Duero es agua que corre, y, por ende, dador de vida.  Aunque no queda muy claro su origen, restos encontrados aluden a un primer asentamiento celtibérico. También hay noticia posterior del establecimiento musulmán en el siglo IX. Pero su afirmación definitiva es consecuencia de la reconquista cristiana. Resurge así Soria como emplazamiento estratégico, al estar enclavada  en  el vado (después puente de piedra) que, desde Castilla, posibilitaba el acceso hacia los reinos de Navarra y Aragón. Sus dos cerros fronteros del Castillo y del Mirón permitían unas buenas condiciones de vigilancia y la defensa efectiva. Alfonso I, el Batallador, le concedió el Fuero Breve en 1120, acometiéndose un intenso proceso poblacional. Más tarde, Alfonso VIII de Castilla le otorgará el Fuero Extenso, agradecido por haberle protegido siendo niño. Lo que llevará a Soria a crecer con sus casas ascendiendo collado arriba, entre ambos cerros, al resguardo de su muralla y su castillo. La ciudad medieval, intramuros, quedaba conformada al agruparse sus vecinos en colaciones o barrios alrededor de sus iglesias románicas, hasta el total de 35 que aparecían en el Censo de Alfonso X en 1270.
Un pavoroso incendio la destruyó en parte y el nuevo casco urbano y su vecindario, al pasar de los años, le fueron dando la espalda al río Duero. Algunas de aquellas iglesias románicas se convirtieron en majadas o se desmoronaron, reutilizándose sus piedras y acabando en ruinas, enterradas por el polvo del paso del tiempo y del olvido. La operación “Soria oculta” promovida desde el Ayuntamiento ha permitido las intervenciones arqueológicas, sacando a la luz algunos de sus vestigios. Tal es el caso de la llamada iglesia de San Ginés, con su ábside pegado a la muralla en la margen derecha del Duero; y de la de San Martín de la Cuesta, junto a la carretera de las siete curvas que trepa al Castillo. La recuperación del patrimonio de nuestro pasado permite el arraigo de las generaciones en una identidad común. Vale pues excavarlo para investigarlo, interpretarlo, reconocerlo, comprenderlo y disfrutarlo; pero también hay que consolidarlo y conservarlo, garantizando la salvaguardia de todo lo descubierto.
José María Martínez Laseca
(15 de septiembre de 2016)

lunes, 12 de septiembre de 2016

Va de perros

No me refiero aquí a “El poder del perro”, la novela negra de Don Winslow (un thriller épico, coral y sangriento que explora los recovecos de la miseria humana), sino a algo más prosaico como esa mamífera mascota, que sirve de animal de compañía contra la asfixiante realidad cotidiana en soledad. De muy atrás viene esa convivencia entre el hombre y el perro, por encima de la que se da con el gato, mucho más arisco y desconfiado. Según las estadísticas, uno de cada cuatro hogares en España tiene un perro cumpliendo esa función doméstico-afectiva. Y de tan manifiesta abundancia surgen algunos problemas de higiene, que suscitan las quejas del vecindario Porque hay perros que hacen sus necesidades estercolando céspedes y aceras y convirtiéndolas en mingitorios. Algo en lo que, sin duda, tienen toda la responsabilidad sus amos, que obran con un  comportamiento nada cívico.
Hablando del bienestar perruno, hemos conocido últimamente como se han conseguido habilitar tanto playas como cines para perros. Buena vida perra se llevan algunos, como “Lola”, la mascota del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que viaja con él en avión, AVE o en coche con chófer. Tampoco han podido quejarse del trato recibido los muchos allegados a la casa de mis padres en Almajano, y que mi hermano mayor emplea en la caza. Y recuerdo al “Mastragas”, un mastín de la trashumancia, tan grande como pacífico, que “el Chisco” de Huérteles regaló al Juan Luís, el padre de mi amigo Eusebio. Se han dado casos de suma lealtad de perros con sus amos. Recién, el de una perra, plantada en la puerta del hospital de Elda mientras se recuperaba su dueña-niña operada de apendicitis. O el de “Rubio”, el perro vagabundo que robó el corazón de Olivia, la azafata alemana a la que esperaba siempre a su regreso. 
 Afamado es el de “Rinti”, ya que al morir, en 1931, su dueña, la norteamericana Jeannette Ford Ryder, permaneció junto a ella, por lo que fue esculpida su figura a sus pies en la conocida “Tumba de la Fidelidad” del Cementerio de Colon de La Habana (Cuba), el mismo donde yace Francisco, el abuelo materno de Pablo Picasso, que le dio parientes negros. Que, según me han contado, “el Tati”, también acudía al cementerio para hacerle compañía a mi abuelo Fermín en su descanso eterno.
José María Martínez Laseca
(8 de septiembre de 2016)


miércoles, 7 de septiembre de 2016

Agosto, adiós

Ya hemos dicho adiós al mes de agosto, corazón del ardiente verano. El que se anuncia en el cantar de Las Marzas “con las pajas en el rostro”, por aquello de las rastrojeras que quedan tras haberse recogido la cosecha de cereal (mares decapitados de amarillo). También le es aplicable lo de “agosto, frío en rostro”, con lo que se da a entender que en este mes suele empezar a sentirse el frío. Aunque en esta ocasión no venga al caso. En realidad, agosto es una de las doce porciones de tiempo en que se divide ese círculo, anillo, que es el ciclo anual. Su denominación procede del latín “Augustus”, que es el renombre del emperador Octaviano. Según nuestro cómputo actual es el octavo mes (otrora era el sexto), constando de 31 días. “Agosto y vendimia no es cada día, y si cada año; unos con ganancia y otros con daño”, aconseja la economía de prevención con la que vivían los labradores. Y lo rubrica el sabio refrán: “agosto y septiembre no duran siempre”, constatando que el tiempo de la abundancia y del goce no suelen ser duraderos.
Al cerrarse, pues, este mes de agosto yo he creído conveniente hacer balance o síntesis de las actividades culturales que, de modo altruista, sin retribución económica alguna, he desarrollado tanto por diferentes pueblos de nuestra provincia como en la propia capital. Por aquí, precisamente, las inicié, el día 9, participando en el homenaje tributado a nuestra gran poeta Concha de Marco, dentro de la Feria del Libro, Expoesía-2016, centrada esta vez en la mujer. Al día siguiente, el 10, me desplazaba hasta Ágreda, para impartir en el Palacio de los Castejones, mi ponencia “Fiestas populares de la provincia de Soria”, como parte del Curso de Verano sobre Etnografía soriana. Después, el día 12, tuve que improvisar un recital con mis versos en la apertura del “Espacio lavadero” de San Andrés de Soria. Fui miembro del jurado seleccionador de los ganadores del concurso Gayarelatos y participé en la entrega de sus premios con una charla incluida el día 21. Por último, el 23, efectuaba mi primer recital de poesía en la Semana cultural de Almajano, mi pueblo. Al final, uno se siente satisfecho, aunque no deje de preguntarse si hoy se valora realmente aquello a lo que no se le pone precio. O ¿por qué a unos se les paga y a otros no?
José María Martínez Laseca
(1 de septiembre de 2016)