domingo, 29 de mayo de 2016

Luz de luna

Quitamos de la pared de la cocina de mi casa, ya afeado, el clásico reloj que con sus 3 agujas-brazos marcaba sobre su esfera el paso de las horas, minutos y segundos y lo  sustituimos por otro más moderno. Un reloj redondo sí, pero radiocontrolado y con pantalla LCD, que aporta muchos más datos y con mayor precisión. Así, junto con las consabidas horas, minutos y segundos, también nos informa del nombre del día y de la semana que transcurre. Anota la fecha: día, mes y año, la temperatura ambiental en grados centígrados y añade algo que a mí me ha resultado lo más chocante de todo: la fase en que se encuentra el astro lunar. Uno sabe muy bien que, en tanto que seres vivos, los hombres somos efímeros, muertos de permiso. A fin de cuentas, no otra cosa que el tiempo que nos falta. De ahí nuestra dependencia del calendario como medidor de ciclos. Empero, por lo que se ve en nuestro nuevo reloj, ahora deberemos tener muy en cuenta a la luna.   
Además de ese sol nuestro de cada día, tendremos que estar muy pendientes de esa enigmática luna que luce en medio de la noche oscura, sea estrellada o no. De hecho, ya las tribus indias sabían del correr del tiempo mediante lunas contadas, e incluso el mismo mes o gavilla de 30 días viene a suponer lo que tarda la luna en dar la vuelta a la tierra. “La luna y tú” es un libro de Julia Almagro que trata de esa estrecha relación entre el hombre y la luna. Que dice que la luna ejerce una fuerte influencia sobre todos nosotros y muy especialmente sobre la mujer.  Pues esa luna reguladora de mareas también actúa sobre nuestra sangre, en la propia menstruación de la mujer y, en consecuencia, marca sus ritmos de fertilidad. Es la diosa Selene de la antigua Grecia, el dios innominado de los celtíberos que en el plenilunio danzaban en su honor a la puerta de sus casas. Ese cuerpo celeste tan adorado por los enamorados (en eterna luna de miel), y por los poetas que reclaman su presencia, como Lorca: ¡dile a la luna que venga…!.      
Y es que el sol aparece y desaparece. Ni más ni memos. Mientras que la luna al evolucionar en sus cuatro fases (nueva, creciente, llena y menguante) nos relata mejor el mito esperanzador del eterno retorno: nosotros, que también nacemos, crecemos y morimos, al igual que la luna, volveremos a nacer de nuevo.
José María Martínez Laseca
(26 de mayo de 2016)
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sábado, 28 de mayo de 2016

El zarrón de Almazán

Siempre por primavera. “…por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor”.  Los días 17 y 18, concretamente, irrumpe por las estrechas calles de Almazán, sembrando la inquietud entre la chiquillería, la singular figura de “El zarrón”, en número de dos y a veces hasta de tres. Lo hace en el marco de las fiestas en honor a San Pascual Bailón [1540, Torrehermosa (Zaragoza)-1592, Villarreal (Valencia)], patrón de los pastores de la villa. Las organiza la cofradía de su nombre, fundada en 1816, con sus dos mayordomos presidiendo. Yo he asistido al ritual muchas veces. Acabada la misa en la iglesia parroquial de San Pedro, desciende la procesión con el santo en andas hacia la plaza mayor y le acompañan los danzantes, que al son de la música muestran sus variantes coreográficas de paloteo y castañuelas, servidos por un “palillero”. Pero, sin duda, es  “El zarrón” su personaje central.
A mí me llamó la atención un nombre tan raro e indagué al respecto, pudiendo comprobar su manifiesta relación etimológica con “zaharrones” (al fundirse “zaga” y “zamarra”): “zamarrones” y “zaangarrones” de Asturias, “zamarreros” de Navarra, “cigarrons” de Galicia, etc., figuras carnavalescas todas ellas, participantes, según Julio Caro Baroja, en muchas mascaradas de invierno. En la provincia de Soria va a emparentar, pues, con el “zarragón” presente en varias danzas locales ya desaparecidas, por lo que “El zarrón” se puede considerar su último superviviente. Lo encarna un hombre estrafalario, ataviado con chaqueta y pantalón de cuero, con albarcas y sombrero de ala guarecido de plumas de rapaces y rabos de corderos y provisto de un garrote o zurriago del que cuelga una bolsa de lana. Francisco del Rosal, en 1601, dijo que eran “máscaras para detener y espantar la canalla enfadosa de muchachos (…) y así para más horror de estos, las visten en hábitos y figura de diablo”. Diablos, seres híbridos o monstruos (de “mostrare”) que servían para recordar a la gente el bien frente al mal. La necesidad de mantener una vida apartada de vicios y perversiones  evitando con ello el infierno. Porque en el fondo toda fiesta entraña un ansiado deseo de felicidad para hombres y mujeres, en tanto que vivos murientes.
José María Martínez Laseca

(19 de mayo de 2016)        

viernes, 13 de mayo de 2016

Con la educación

¿Es realmente la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa (LOMCE), impuesta por el PP, una oportunidad para renovar la enseñanza? ¿Por qué, entonces, los demás partidos políticos abogan por derogarla con una transición pactada mientras se elabora una nueva ley más inclusiva y democrática? El pasado viernes, 7 de mayo, vino a Soria el exministro de Educación, Ángel Gabilondo para participar en una jornada organizada por el PSOE de Soria. En cierto modo, suponía una repetición de la ya realizada el domingo 6 de marzo de 2011, mucho más impactante en su puesta en escena, y en la que el entonces Ministro y el Alcalde de Soria se comprometieron a rendir en el 2014 un homenaje al promotor del krausismo en España, Julián Sanz del Río, con motivo del bicentenario de su nacimiento, y que no pudo ser.
En amena exposición, que, junto con el posterior coloquio, se prolongó durante hora y media, el filósofo y actual portavoz socialista en la Asamblea de Madrid, fue desgranando los muchos aspectos que concurren en materia de educación, cuyo objetivo primordial es la formación integral de los alumnos tanto en conocimientos como en actitudes y valores. Y habló de la educación como derecho, desde la equidad para la igualdad en la oportunidad. De la implicación de toda la comunidad educativa. Del respeto a los profesores, cuya formación inicial es clave. De la enseñanza de la religión y del necesario laicismo. De los deberes y del esfuerzo requerido, ya que si no se estudia el saber se oscurece. De las polémicas reválidas externas y de la prueba de selectividad.
Y comentó el porqué –aun siendo él un hombre de talento y buen talante– no fue posible bajo su mandato rubricar el Pacto Educativo, tan reclamado por toda la sociedad y que él impulsó; máxime cuando se habían alcanzado acuerdos parciales en 155 puntos. Pese a ello, se mostró partidario de construir un país digno, desde el respeto a la discrepancia. Siempre positivo dijo, citando a Galeano: “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”. Y reconoció a la educación y a la cultura como los dos elementos claves para la inserción social. Al conocimiento como la mayor riqueza y la mejor herencia. Que solo con el saber y no con las vísceras podremos salir a flote de la crisis actual y de la situación política de bloqueo en la que nos encontramos.
José María Martínez Laseca
(12 de mayo de 2016)   

Iberus

El maestro nos refería las disputas por el control del Mediterráneo –con Hispania de por medio– entre las dos grandes potencias del momento: Roma y Cartago. Y crecía nuestro asombro niño al oír las gestas de tres generales cartagineses de la saga de los Barca: Amílcar, Asdrúbal y Aníbal, capaces de poner en jaque al todopoderoso imperio romano. Destacaba Aníbal, tenido por uno de los mayores estrategas de la historia y cuya vida ha pasado a películas y novelas. Recién, la prensa comentaba un estudio de arqueólogos y microbiólogos basado en el hallazgo de antiguos excrementos de caballos en el Col de la Traversette, que podría aclarar el misterio de por dónde, tras partir de Sagunto en la primavera del 218 a. C. y cruzar los Pirineos por el sur de Francia, había pasado Aníbal los Alpes en otoño al frente de un ejército mercenario de 30.000 hombres, 15.000 monturas de caballería y 37 elefantes. Tan difícil operación le hizo perder sus elefantes y otros efectivos, si bien alcanzó la Península Itálica y triunfó en el río Trebia y en el lago Trasimeno. Pero, el gran choque armado, en esta Segunda Guerra Púnica, tendría lugar en agosto del año 216 a. C. cuando Aníbal se enfrentó a las legiones romanas al mando de los cónsules Emilio Paulo y Terencio Varrón en la batalla de Cannas. 
Es en este contexto histórico donde se enmarca “Iberus”, la segunda novela de Pablo Incausa García (antes fue “Niebla en la trinchera” (2014), ambientada en Verdún (1916), la ofensiva más larga de la Primera Guerra Mundial). Con un narrador omnisciente en tercera persona, y la clásica trama de planteamiento (presentación de los guerreros sedetanos), nudo (con la muerte de su líder) y desenlace (retorno de los supervivientes a su aldea), nos cuenta las vicisitudes de un grupo de íberos del Valle del Ebro que, insertado en el ejército cartaginés, participa en tan célebre –por la táctica de Aníbal­– como sangrienta contienda, tenida por “la madre de todas las batallas”. Dos hermanos con  personalidades opuestas: Terkinos, el mayor y más reflexivo, y Abiner, muy impulsivo, son sus protagonistas. El relato evidencia la metamorfosis del menor. Su lenguaje ágil, claro y preciso, tanto en la narración como en las minuciosas descripciones y en los diálogos, hace sumamente placentera esta lectura, tan recomendable.  
José María Martínez Laseca
(8 de mayo de 2016)

viernes, 6 de mayo de 2016

El Parador cincuentón

El hombre ha sentido siempre la necesidad de salir de su entorno cotidiano. De viajar para experimentar lo desconocido. Y a esas actividades tendentes a conocer o disfrutar de esos lugares diferentes a aquellos en los que se vive de manera habitual es a lo que llamamos turismo. Sabido es que el turismo se ha convertido en un importante reactivador económico, en motor de desarrollo para muchos territorios. A tal fin, las administraciones se esmeran en generar planes de dinamización turística, tratando de captar una parte de esos numerosos turistas que se movilizan. Y, tanto desde la iniciativa privada como desde la pública, se han ido implantando las infraestructuras necesarias para su recepción y alojamiento.
En lo que a Soria se refiere, dada su reducida oferta hotelera inicial, cabe calificar de todo un revulsivo la construcción del Parador Nacional de Turismo “Antonio Machado”. Y no lo digo por el número de habitaciones que entonces aportaba: solo 14, sino por lo que significó de apuesta de calidad y, en consecuencia, de cambio de tendencia.  Bien es cierto que  el Ayuntamiento le ofreció al Gobierno unos terrenos en la Huerta de San Francisco, pero, dado que estos hoteles de alta categoría buscaban edificios emblemáticos o localizaciones destacadas para su emplazamiento, acabaría ubicándose en el alto cerro vigía del Castillo, con bellas vistas panorámicas tanto al meandro del río Duero en torno a Soria, cuanto al monte Moncayo, allá en el horizonte hacia Aragón. Más tarde, se reformaría, ampliando sus estancias y recientemente creció hasta las 67 habitaciones, ya en un nuevo edificio.
Ahora, el Parador cumple sus 50 años de existencia, porque fue inaugurado el día 16 de noviembre de 1966 por el Ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne, acompañado para la ocasión por las autoridades provinciales y locales, sin que faltara el obispo Saturnino Rubio Montiel, que lo bendijo. Para mí, lo más grato fue la presencia de los poetas Federico Muelas, Antonio Canales, Rafael Penagos, Victoriano Crémer, José Luis Prado Noguera, José García Nieto, Manuel Alcántara y Luis López de Anglada, que tejieron una hermosa corona poética en homenaje a Antonio Machado. Y ello no es baladí, cuando se pretende proyectar a Soria como la bien cantada: la ciudad de los poetas. ¡Lástima que al cumpleaños no se invitara a ningún poeta!
José María Martínez Laseca
(5 de mayo de 2016)            

Luchar para sobrevivir

La literatura se advierte como parábola de nuestras vidas. Entre las ideas afines a la palabra parábola: fábula, cuento, narración, alegoría, metáfora, comparación, apólogo, ejemplaridad, etc. Y la capacidad de fabulación humana es un mecanismo de defensa propia frente a la intemperie de un mundo que, en ocasiones, resulta demasiado hostil. Claro botón de muestra, al caso, es el Libro de los ejemplos del infante Don Juan Manuel, donde el ayo, Patronio, se sirve de ellos para que aquello que se trata sea mejor comprendido por el Conde Lucanor. Reafirmándolo en una concluyente moraleja. En tal sentido traigo yo aquí esta “Parábola de la mula”.   
Había un campesino que luchaba con dificultad por sobrevivir al medio rural. Tenía un par de mulas que le ayudaban en las tareas agrícolas de su pequeña hacienda. Cierto día, un vecino le trajo la mala noticia de que una de sus mulas se había caído en el pozo abandonado a las afueras del pueblo. El agujero era profundo por lo que resultaría difícil salvarla.
El campesino acudió presto al lugar del incidente, y analizó la situación, viendo que el animal estaba vivo. Empero, dada la dificultad para sacarlo del pozo, entendió que por su alto coste no valía la pena invertir en el rescate.  Y, para evitar que la mula sufriese, optó por sacrificarla enterrándola allí mismo. Con la ayuda del vecino, comenzaron a arrojar tierra al pozo para cubrirla.  No obstante,  a medida que la tierra iba cayendo sobre la pobre mula, esta se la sacudía de encima, con lo que  el montón se iba acumulando en el fondo, ofreciendo,  de este modo, a la mula la posibilidad de ir ascendiendo poco a poco.  Pronto, los dos enterradores se dieron cuenta de que, pese a lo que ellos pretendían, la mula no se dejaba enterrar, sino que muy por el contrario,  estaba ya asomándose al brocal del pozo,  hasta que, por fin, logró salir sana y salva al exterior.
Por tanto, cuando tú, por sentirte poco valorado, te encuentres sumido en el pozo, viendo como otros arrojan sobre ti tanto la incomprensión como la falta de oportunidades y de ayuda, recuerda esta parábola de la mula. Y no aceptes nunca resignado esa tierra que te van echando encima: sacúdetela y aúpate sobre ella. Y cuanta más tierra te lancen, tú irás subiendo más y más arriba… ¡Hasta la cumbre! SOLO SE ENTIERRA A AQUELLOS QUE YA ESTÁN MUERTOS.
José María Martínez Laseca
(28 de abril de 2016)