lunes, 25 de agosto de 2014

¡Oh, capitán!

Uno siempre recuerda con gratitud a alguno de sus profesores. Sobre todo, a aquellos que más le motivaron a descubrir, a imaginar, a vivir. Que le enseñaron a ser mejor persona. Nombro a dos que tuve cuando estudiaba en el INEMM de Soria. La de Arte, a la que apodábamos “La Rubia” y Emilio Moratilla, de Lengua y Literatura. Inolvidables para mí por marcar la diferencia, al romper con el autoritarismo establecido en el proceso de enseñanza-aprendizaje de la todavía vigente dictadura franquista y dar un trato cordial a los alumnos.
En esta línea hay algunas películas ligadas al mundo de la educación, que tienen como protagonistas a profesores especiales. Citaré, de entre las muchas, solo dos. La siempre emotiva de “La lengua de las mariposas” (1999), dirigida por José Luis Cuerda y El club de los poetas muertos” (1989) de Peter Weir. En la primera, enmarcada en 1936, con el inicio de la Guerra Civil; Moncho, un niño de 8 años, tras su enfermedad, se incorpora a la escuela. Desde ese momento, de la mano de su peculiar maestro (Fernando Fernán Gómez), junto a su amigo Roque, principia su aprendizaje del saber y de la vida. Pero el 18 de julio lo trastocaría todo. La segunda, “El club de los poetas muertos”, es de esas películas que nos marcan. La llegada de un nuevo y excéntrico profesor (Robin Williams) a un elitista y estricto colegio privado de Nueva Inglaterra, descubrirá al grupo de alumnos a su cargo la esencia de la poesía y el significado del horaciano "carpe diem" –que exalta el valor de aprovechar el momento- así como la importancia vital de luchar por alcanzar los sueños.
La poesía, en tanto que búsqueda del vacío, de lo inexplicable, es un acto de amor en sí misma. Supone sublimar lo trascendente. Porque somos efímeros, instantes, meros mortales de carne y hueso. Es, por ello, la poesía una necesidad humana. Así les dice: “No leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión”. Y les pide: “¡No se resignen!” “Chicos, debéis esforzaros por encontrar vuestra propia voz”. Subrayo esto porque solo aquellos que nos han hecho sentir, disfrutar, reír, llorar, vivir en definitiva merecen ser recordados eternamente. “¡Oh capitán! ¡Mi capitán!”.
José María Martínez Laseca
(21 de agosto de 2014)

jueves, 21 de agosto de 2014

Precariedad laboral

Cuando llegué, al mediodía, al bar “El Cielo” de la céntrica plaza de Herradores de Soria, ya se encontraba “El Chismoso” en su interior. Posesionado en la barra, con su caña de cerveza sin alcohol al alcance de la mano, mientras ojeaba el “Diario de Soria”. “Mira, me dijo señalándome con su índice el titular en negrita de la primera página, “La mitad de los contratos de julio fue inferior a treinta días”. (Cierto es que el paro había bajado de los 6.941 de principios de año a los 5.600 actuales. No obstante, de los casi 3.500 formalizados, tan solo 150 fueron indefinidos). Y luego nos vendrán con la cantinela de que estamos saliendo de la crisis, de que ya ha comenzado la recuperación económica y de que todo va viento en popa a toda vela, cuando el poco trabajo que se está creando es muy precario y de ínfima calidad. Los números son tan fríos y calculadores que no reparan en las emociones y sentimientos de las personas, dada la situación dramática que atraviesan todas esas familias que cuentan con algún parado entre sus miembros. Y no digamos ya las que tienen a todos ellos en paro.
También se había incorporado al local “El Espabilao”, quien, a propósito del tema en cuestión, intervino presto. “Por cuanto estás diciendo, tener un puesto de trabajo no significa hoy precisamente dejar de ser pobre. Muchas empresas, para mantener determinados márgenes de beneficios, reducen los salarios a cifras increíbles, por debajo de los mil euros al mes. Esta reforma laboral ha conseguido que por el mismo precio de un trabajador de los de antes, contraten ahora dos e incluso tres. Nos han inculcado tal terror en el cuerpo, que somos capaces de aceptarlo todo dentro de esta nueva forma de esclavitud, por un salario ínfimo y renunciando a todos nuestros derechos y dignidad. Este Gobierno del PP no se parece en nada a lo que prometió y la desigualdad está afectando a muchas capas sociales”.
“Hay que tener en cuenta –apunté yo– que todavía las entidades financieras siguen impasibles, más preocupadas por ajustar sus balances y en consolidar sus beneficios, que en conceder créditos a las PYMES, que son las que crean riqueza y generan el mayor número de puestos de trabajo. Y por eso se encuentran con las manos atadas. De brazos cruzados”.
José María Martínez Laseca
(14 de agosto de 2014)

lunes, 11 de agosto de 2014

Villar Raso

Os hablo de un gran narrador. Paisano, pues nació en Ólvega (Soria) en 1936. De niño, con apenas 10 años, la muerte de su hermano David en la mina lo marcó. Fue de pastor y pasó por el seminario. Con 22, cursó estudios en la Universidad de Madrid, doctorándose en literatura norteamericana. Trabajó en Stoke-on-Trent (Inglaterra), en Edmonton (Canadá), y en Nueva York (Estados Unidos), donde comenzó a escribir. Ejerció como profesor de Instituto y de la Universidad de Barcelona, pasando en 1977, a la de Granada, en la que ha permanecido como catedrático hasta su jubilación. Polifacético, ha cultivado el ensayo, el relato, el artículo periodístico y el guión de televisión, traduciendo del inglés a poetas de la talla de Emily Dickinson y Walt Whitman. Aunque su faceta más notoria es la de novelista.
Se dio a conocer con “Mar ligeramente sur”, finalista, en 1975, del premio Nadal, que ganó Paco Umbral con “Las ninfas”. Desde entonces, ha publicado más de veinte novelas, entre las que están: “Hacia el corazón de mi país" (1976) ,"Una república sin republicanos" (1977), "La pastora: el maqui hermafrodita" (1978), "Comandos vascos" (1980), "El laberinto de los impíos" (1981), "Últimos paraísos" (1986), "El último conquistador" (1992), "La casa del corazón" (2001), "Encuentros en Marbella" (2002), "La larga noche de Ángela" (2004), “Desnuda en lo real” (2008) y “Las montañas de la luna” (2008). Si en su primera temática se siente atraído por la violencia, luego lo hará por África en: "Las Españas perdidas" (1983), "Donde ríen las arenas" (1994), "El color de los sueños" (1998), "La mujer de Burkina" (2001) y “África en silencio (2005)”. Mantuvo polémica de plagio con el Premio Planeta 1981, “Y Dios en la última playa” de Cristóbal Zaragoza, que observaba coincidencias con su “Comandos vascos” de 1980. A su vez, “Donde nadie te encuentre”, de Alicia Giménez Bartlett, Premio Nadal 2011, comparte la historia que él ya nos contó en “La pastora…”, de 1978.
Mas, si cuanto he dicho no bastara, Manuel Villar Raso acaba de presentar, tanto en Soria como en Ólvega, su última novela: “Las señoras de Paraná”, que son 4. Tal saga arranca en el Brasil del XIX con la llegada del aventurero portugués Pedro de Oliveira. Hay emoción, erotismo y suspense. ¡Para leérsela!
José María Martínez Laseca
(7 de agosto de 2014)